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06 August 2007

LA GUERRA DE BUSH.

JORGE RAMOS AVALOS.
Cada día que pasa, en promedio, mueren dos soldados norteamericanos en Irak. Aunque a veces son tres. O cuatro. O muchos más. Por eso cada día que se retrasa la salida de las tropas de Estados Unidos de Irak, significa más muertes.

Ya van 3600 soldados estadounidenses muertos en 52 meses de guerra. Y decenas de miles de civiles iraquíes han muerto. Pero son tantos que nadie lleva la cuenta exacta. La guerra en Irak es la guerra de Bush y de nadie más. El la planeó, él la justificó, él la ordenó, él pidió al Congreso el dinero para pagarla y él --como comandante en jefe del ejército-- tiene el poder de terminarla. Pero no quiere.

El presidente de Estados Unidos le está dando largas a la guerra. Quiere esperar al reporte en septiembre del general David Petraeus. En su última conferencia de prensa Bush dijo que hay ''razones para estar optimistas'' ya que el gobierno iraquí ha alcanzado 8 de las 18 metas que le habían exigido. Pero Bush está prácticamente solo en su optimismo.

No hay que esperar al general ni a nadie para darnos cuenta por la televisión y por la internet de que Irak está irremediablemente sumida en una guerra civil y que Estados Unidos, como árbitro, no puede controlar la violencia. Esta guerra se perdió hace mucho.

Estados Unidos, sí, sacó al dictador Saddam Hussein del poder. Pero a cambio se quedó con un país atado con hilitos. Y lo peor del caso es que, en lugar de reducir las amenazas terroristas contra Estados Unidos, han aumentado. Irak es un laboratorio terrorista para los musulmanes radicales que quieren acabar con nuestro estilo de vida en Occidente.

Por ejemplo, la estrategia de usar coches-bomba, tan común en Irak, se ha exportado ya a Europa. Un golpe de suerte evitó recientemente una masacre en el centro de Londres. Y aquí en Estados Unidos tampoco estamos tan seguros.

Basta escuchar al secretario de Seguridad Interna, Michael Chertoff: ''La intención (de los terroristas) de atacarnos es tan fuerte como lo fue el 10 de septiembre del 2001''. Una ''corazonada'', o ''gut feeling'' como dijo en inglés, le hace suponer a Chertoff que Al Qaida podría intentar un ataque terrorista dentro de Estados Unidos este verano.

¿Qué falló? ¿No se suponía que todos estaríamos más seguros tras la invasión de Irak? Parece que ha ocurrido exactamente lo opuesto. La guerra en Irak, lejos de protegernos, nos ha dejado más vulnerables al terrorismo.

Además, la imagen de Estados Unidos como un país justo que defiende los derechos humanos se ha desmoronado en todo el mundo. Ha perdido su liderazgo moral. ¿Cómo justificar las torturas y abusos en la cárcel de Abu Ghraib? ¿Cómo explicar la situación legal de los combatientes de guerra encarcelados en Guantánamo y que ni siquiera pueden ver a un juez? ¿Cómo se entiende la muerte de tantos civiles inocentes? ¿Cómo darle sentido a la invasión de Irak cuando ese régimen no tuvo nada que ver con los ataques terroristas en Nueva York, Washington y Pennsylvania?

La guerra comenzó mal. Nos dijeron que en Irak había armas de destrucción masiva y ahí no encontraron nada. Aún sigo sin entender por qué Bush dio la orden de atacar. ¿Sería porque Saddam intentó alguna vez asesinar a su padre? ¿Por el petróleo? ¿O sencillamente le echó la culpa a la persona equivocada? (Los periodistas, valga el paréntesis, también nos equivocamos. Debimos haber hecho muchas más preguntas incómodas en el 2003, no ahora.)
La guerra siguió mal. Tras la caída de Saddam Hussein no había suficientes tropas norteamericanas para controlar el país. Fue un error garrafal desmantelar al ejército y a la policía iraquí; sólo por la fuerza se puede dominar a un país dividido entre sunitas, chiitas y kurdos. Y a nadie se le ocurrió diseñar un plan contra los grupos subversivos que han surgido ante el vacío de poder político y militar en Irak.

Y la guerra terminará mal. Si Estados Unidos se queda en Irak, habrá más muertos. Si se va, también. El futuro de Irak es rojo. Al presidente norteamericano no le va a alcanzar su tiempo en la Casa Blanca para ver el fin del conflicto. Y lo peor es que nadie, ni Bush, ha definido claramente qué significa ganar la guerra.

Esta es una guerra que Bush se inventó y ésta, también, es una guerra que Bush malogró. Es su guerra. Y la tragedia es que no sabe cómo terminarla. Mientras tanto, cada día que pasa mueren, en promedio, dos soldados norteamericanos. Aunque a veces son tres. O cuatro. O muchos más...

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El anterior escrito no refleja necesariamente la postura política e ideológica de EL MCARENAZOO, por lo tanto no se responsabiliza del mismo.

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