Gabriel Bustamante Peña
Las calles se inundaron, no solamente de gente, sino de un pueblo levantado por la indignación. Eran las protestas sentidas de un país que lloraba entre gritos y reclamos a sus jóvenes asesinados y desaparecidos, una nación que mostraba la mancha en su rostro, la vergüenza que significaba el aniquilamiento sistemático de los líderes estudiantiles caídos bajo la absurda y brutal represión de la dictadura. Viejos, jóvenes y niños con carteles alusivos a la vida, pero también a la verdad y a la justicia, pintaron aquella tarde de memoria colectiva.
En este punto del relato hay que hacer una aclaración, estas marchas de protesta, estos reclamos multitudinarios no sucedieron en Colombia a pesar de los hechos de terror acaecidos en los últimos cuatro años contra la población universitaria, que han dejado: 35 estudiantes asesinados, sin contar los desaparecidos; 40 estudiantes retenidos ilegalmente bajo las capturas masivas; más de 80 amenazas directas contra instituciones universitarias en todo el país; listas negras declarando objetivo militar a estudiantes y profesores y las palabras amenazantes del Vicepresidente de militarizar las universidades y del comandante de la Policía de entrar a los estamentos educativos a buscar "bandidos" y "terroristas".
No, estas marchas sucedieron a kilómetros de nuestra desgarrada realidad y no eran tampoco respuesta a un hecho de violencia reciente. Se trataba de la conmemoración, en Buenos Aires, de los 30 años de la "Noche de los Lápices", nombre irónico con el cual bautizaron los operativos militares perpetuados contra estudiantes de colegios en la dictadura Argentina. Proceso en el cual, bajo la excusa de frenar a posibles o potenciales "subversivos", fueron secuestrados, asesinados y torturados inocentes chicos entre 14 y 17 años. Es más, la gran mayoría de los manifestantes del pasado 16 de septiembre eran estudiantes, y marchaban por un hecho que sucedió antes de que ellos nacieran.
En Colombia, por el contrario, nuestra capacidad de reacción se encuentra cercenada. Convierten los centros educativos en escenarios de guerra, matan a diario a nuestros vitales jóvenes y a nuestros valiosos docentes y nunca pasa nada. Las amenazas, las listas negras y, por último, los homicidios, circulan por centros públicos y privados, desde la Universidad Nacional, hasta la del Valle, la de Antioquia, la del Atlántico, el Externado y decenas de centros educativos más, sufren hoy el estigma de ser objetivos militares en una campaña sistemática de terror contra el pensamiento de este país, y no pasa nada.
Hace pocos días, y sin haber asimilado aún el vil asesinato de Julián Hurtado, miembro del Consejo Estudiantil de la Universidad del Valle, se presentó un nuevo acto de barbarie sin precedentes, sicarios dispararon contra la gente que se había reunido para lamentar el hecho. El pasado jueves 19 de octubre los mercenarios del "nuevo orden" mataron cobardemente a Milton Hernán Troyano, líder estudiantil de la Universidad del Cauca, y no sucede nada.
Pero, ¿por qué se amenaza y se mata la educación en Colombia? tal vez porque precisamente lo que quieren los burdos intereses que están tras esto es que Colombia no piense, no reflexione, no critique. No es casualidad que las amenazas recaigan sobre quienes se ven involucrados en proyectos de investigación social, como sucedió con los miembros del Instituto de Genética de la Universidad Nacional que fueron amenazados de muerte acusados de "comunistas disfrazados", cuando la realidad era que ellos representaban un peligro para quienes quieren dejar sin identificar los miles de muertos que en fosas comunes han plantado los paramilitares.
Las universidades y con ellas el conocimiento se encuentran amenazadas de muerte por los inquisidores que, bajo las cruzadas anticomunistas o antiterroristas, pretenden decapitar la crítica y el libre pensamiento. Y lo triste de estos hechos es que hoy, la universidad es más necesaria que nunca. Por esto no puede dejarse callar, porque una universidad que no asuma posiciones es a lo mucho un centro de adiestramiento o una simple fábrica de títulos profesionales. No, la universidad debe por el contrario actuar con más fuerza, tomarse la calle y por sobre todo no dejar en el olvido las heridas patrias.
Colombia es una democracia con un fétido olor a dictadura, lo único que nos sostiene es la resistencia valiente de ciudadanos y grupos de la sociedad civil contra la violencia, pero necesitamos ser más, porque si hoy no nos levantamos contra los asesinos mañana vendrán por nosotros.
Natasha tiene tan sólo 14 años, ha caminado kilómetros hasta la Plaza de Mayo con una pancarta que la dobla en tamaño y que exhibe en marcadores de colores el simple pero sugestivo mensaje de "Nunca Más". Al interrogarla ¿por qué marcha? responde sin titubear: "Marcho para que nunca más se repita esta vergüenza en Argentina ni en el mundo".
capribustamante@javeriana.edu.co
Las calles se inundaron, no solamente de gente, sino de un pueblo levantado por la indignación. Eran las protestas sentidas de un país que lloraba entre gritos y reclamos a sus jóvenes asesinados y desaparecidos, una nación que mostraba la mancha en su rostro, la vergüenza que significaba el aniquilamiento sistemático de los líderes estudiantiles caídos bajo la absurda y brutal represión de la dictadura. Viejos, jóvenes y niños con carteles alusivos a la vida, pero también a la verdad y a la justicia, pintaron aquella tarde de memoria colectiva.
En este punto del relato hay que hacer una aclaración, estas marchas de protesta, estos reclamos multitudinarios no sucedieron en Colombia a pesar de los hechos de terror acaecidos en los últimos cuatro años contra la población universitaria, que han dejado: 35 estudiantes asesinados, sin contar los desaparecidos; 40 estudiantes retenidos ilegalmente bajo las capturas masivas; más de 80 amenazas directas contra instituciones universitarias en todo el país; listas negras declarando objetivo militar a estudiantes y profesores y las palabras amenazantes del Vicepresidente de militarizar las universidades y del comandante de la Policía de entrar a los estamentos educativos a buscar "bandidos" y "terroristas".
No, estas marchas sucedieron a kilómetros de nuestra desgarrada realidad y no eran tampoco respuesta a un hecho de violencia reciente. Se trataba de la conmemoración, en Buenos Aires, de los 30 años de la "Noche de los Lápices", nombre irónico con el cual bautizaron los operativos militares perpetuados contra estudiantes de colegios en la dictadura Argentina. Proceso en el cual, bajo la excusa de frenar a posibles o potenciales "subversivos", fueron secuestrados, asesinados y torturados inocentes chicos entre 14 y 17 años. Es más, la gran mayoría de los manifestantes del pasado 16 de septiembre eran estudiantes, y marchaban por un hecho que sucedió antes de que ellos nacieran.
En Colombia, por el contrario, nuestra capacidad de reacción se encuentra cercenada. Convierten los centros educativos en escenarios de guerra, matan a diario a nuestros vitales jóvenes y a nuestros valiosos docentes y nunca pasa nada. Las amenazas, las listas negras y, por último, los homicidios, circulan por centros públicos y privados, desde la Universidad Nacional, hasta la del Valle, la de Antioquia, la del Atlántico, el Externado y decenas de centros educativos más, sufren hoy el estigma de ser objetivos militares en una campaña sistemática de terror contra el pensamiento de este país, y no pasa nada.
Hace pocos días, y sin haber asimilado aún el vil asesinato de Julián Hurtado, miembro del Consejo Estudiantil de la Universidad del Valle, se presentó un nuevo acto de barbarie sin precedentes, sicarios dispararon contra la gente que se había reunido para lamentar el hecho. El pasado jueves 19 de octubre los mercenarios del "nuevo orden" mataron cobardemente a Milton Hernán Troyano, líder estudiantil de la Universidad del Cauca, y no sucede nada.
Pero, ¿por qué se amenaza y se mata la educación en Colombia? tal vez porque precisamente lo que quieren los burdos intereses que están tras esto es que Colombia no piense, no reflexione, no critique. No es casualidad que las amenazas recaigan sobre quienes se ven involucrados en proyectos de investigación social, como sucedió con los miembros del Instituto de Genética de la Universidad Nacional que fueron amenazados de muerte acusados de "comunistas disfrazados", cuando la realidad era que ellos representaban un peligro para quienes quieren dejar sin identificar los miles de muertos que en fosas comunes han plantado los paramilitares.
Las universidades y con ellas el conocimiento se encuentran amenazadas de muerte por los inquisidores que, bajo las cruzadas anticomunistas o antiterroristas, pretenden decapitar la crítica y el libre pensamiento. Y lo triste de estos hechos es que hoy, la universidad es más necesaria que nunca. Por esto no puede dejarse callar, porque una universidad que no asuma posiciones es a lo mucho un centro de adiestramiento o una simple fábrica de títulos profesionales. No, la universidad debe por el contrario actuar con más fuerza, tomarse la calle y por sobre todo no dejar en el olvido las heridas patrias.
Colombia es una democracia con un fétido olor a dictadura, lo único que nos sostiene es la resistencia valiente de ciudadanos y grupos de la sociedad civil contra la violencia, pero necesitamos ser más, porque si hoy no nos levantamos contra los asesinos mañana vendrán por nosotros.
Natasha tiene tan sólo 14 años, ha caminado kilómetros hasta la Plaza de Mayo con una pancarta que la dobla en tamaño y que exhibe en marcadores de colores el simple pero sugestivo mensaje de "Nunca Más". Al interrogarla ¿por qué marcha? responde sin titubear: "Marcho para que nunca más se repita esta vergüenza en Argentina ni en el mundo".
capribustamante@javeriana.edu.co
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El anterior escrito no refleja necesariamente la postura política e ideológica de EL MACARENAZOO, por lo tanto no se responsabiliza del mismo.